viernes, 26 de junio de 2009


No hay otra revolución que la que empieza y acaba en uno mismo. En el respeto a todas las criaturas vivientes. En seguir la ley del Bushido: la espada sólo se desenvaina en defensa propia y en última instancia. La única y verdadera libertad consiste en no imponerle nada a nadie. En confiar en la naturaleza humana y su desarrollo libre de imposiciones, leyes y credos.

No existe la Patria. El Estado es una entelequia, igual que Dios y la Ley. La Verdad no es más que la ridícula pretensión de seres endiosados y corroídos por el complejo de su insignificancia crónica.

Toda violencia sistemática (sobre otros grupos étnicos, sociales o religiosos, sobre un subordinado, sobre la mujer, novia o amante) así como la voluntad de poder (que se impone en la búsqueda del placer) son los signos del homínido. Domar la voluntad y aniquilar esos instintos de dominación son la señal del superhombre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario